Cambio climático y contaminación del aire: 5 semejanzas y diferencias

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Cada vez hay más referencias en prensa, redes sociales y debates públicos sobre el cambio climático y la contaminación del aire. Son los principales problemas ambientales que afectan al planeta. Están de máxima actualidad en los medios de comunicación social y son también una creciente preocupación de una gran parte de los ciudadanos. Sin embargo, se tiende a confundirlos, a considerarlos indistintamente.

¿Qué comparten?

Su origen es común: los dos problemas son el resultado del actual modelo energético. Un modelo basado en la quema de combustibles fósiles (petróleo, gas y carbón), que emite CO2 y provoca el cambio climático, y genera otros contaminantes como NOx (óxidos de nitrógeno), SOx (óxidos de azufre) y partículas finas que provocan la polución del aire que respiramos. Las emisiones de CO2 provienen en su mayoría de la generación eléctrica, la industria y el transporte; en el caso de la contaminación del aire, el principal factor causante es el tráfico y las calefacciones de carbón en las ciudades, el uso de biomasa (leña, desechos animales…) para cocinar y calentarse en los países menos avanzados y las centrales eléctricas de carbón en zonas como China, Estados Unidos o Centroeuropa.
Tienen un gran impacto negativo en la sociedad: el cambio climático incrementa la temperatura del planeta y provoca frecuentes y graves fenómenos, como sequías e inundaciones, reduce la producción agrícola, es causa de hambrunas. Por su parte, la contaminación del aire afecta muy gravemente a la salud humana (causa más de seis millones de muertes prematuras al año en el mundo y provoca cerca de un cuarto de los cánceres de pulmón, los ataques al corazón y los infartos cerebrales) y genera importantes daños a la economía que se pueden estimar en unos costes directos equivalentes al 0,3% del PIB mundial en gastos sanitarios, pérdida de horas de trabajo y una creciente reducción de la productividad agrícola.
Su efecto a largo plazo se hará mucho más grave: tanto el cambio climático como la contaminación del aire tienen graves impactos hoy, pero sus efectos serán mucho más graves en el futuro inmediato si no se actúa con criterio, celeridad y determinación. El efecto invernadero del CO2 es acumulativo y se mantiene durante al menos 100 años en la atmósfera. Todos los elementos contaminantes que se sigan emitiendo tendrán mayor efecto en los años próximos, se irán acumulando, se irán agravando. Además, el incremento paulatino de la población urbana, la utilización cada vez en mayor número y con mayor intensidad de vehículos contaminantes y el progresivo envejecimiento de la población podría producir consecuencias extraordinariamente graves: la contaminación del aire, si no se le pone remedio a tiempo, podría multiplicarse por cinco en los próximos cincuenta años.
Un modelo energético más sostenible es la solución a largo plazo: y esto pasa de forma inevitable, a nuestro juicio, por la eficiencia energética (hacer lo mismo con menos energía) y por sustitución progresiva de combustibles fósiles por energía sin emisiones, a través fundamentalmente de las energías renovables.

Ambos problemas tienen una clara dimensión ética: los impactos del cambio climático y de la contaminación del aire son socializados: los provocan unos y los sufren otros, los sufre la gran mayoría de la población. Además, en ambos casos, las emisiones están muy relacionadas con las rentas altas pero los que más sufren son las rentas bajas. Por tanto, el problema y su solución tienen un componente ético considerable.


¿Qué no comparten?

Ámbito geográfico: el cambio climático es un problema global, que afecta a todo el planeta: la emisión de CO2 en un lugar concreto tiene efectos sobre el conjunto del planeta. La contaminación del aire es más local o regional: por ejemplo, las emisiones del tráfico de una ciudad tienen un efecto inmediato y evidente en la contaminación del aire, sobre todo en la ciudad donde se produce. Pero sería un error pensar que es un problema solo local, ya que las emisiones contaminantes pueden viajar largas distancias y causar efectos en lugares alejados (son bien conocidos los efectos de la acidificación del aire en los países nórdicos causados por las centrales de carbón de Centroeuropa).
Plazo y permanencia de impactos: aunque sus efectos ya son visibles, el impacto del cambio climático se apreciará con mayor dramatismo en el medio y en el largo plazo, a medida que se incremente la temperatura global. La contaminación del aire es, sin embargo, un efecto que se percibe más de corto plazo: es, quizás, el problema más grave al que nos enfrentamos en la actualidad. Por otra parte, los gases de efecto invernadero, como ya hemos apuntado, se mantienen en la atmósfera durante décadas. Aunque dejáramos de emitir hoy, las emisiones que ya se han producido permanecerán en la atmósfera muchos años y por tanto sus efectos. En el caso de la contaminación local, los efectos se mantienen durante menos tiempo; por tanto, si redujéramos las emisiones en una ciudad podríamos mejorar su calidad del aire en semanas o en meses.
Gobernanza: el cambio climático, por sus características, requiere de acuerdos globales para hacerle frente en su verdadera dimensión. Este es el origen de los acuerdos de Kioto o de París. Para comprender la dimensión global del problema conviene tener muy presenta algo: si Europa reduce las emisiones de efecto invernadero pero China no lo hace, sus esfuerzos no serán efectivos. La decisión ha de ser global, simultánea a ser posible, para que los efectos sean globales y efectivos. En el caso de la contaminación local, la solución es más local o regional. Los ayuntamientos pueden contribuir a resolver el problema sin necesidad de acuerdos internacionales. Aunque, desde luego, sería muy conveniente que elaborasen unas guías de actuación acordadas internacionalmente para que los ayuntamientos tuvieran un marco de actuación claro y efectivo.
Soluciones a corto plazo: gran parte de las soluciones que se pueden implementar son comunes para ambos problemas (fiscalidad ambiental, estándares de emisiones, educación y sensibilización…). Sin embargo, algunas políticas públicas, que solo tratan uno de ellos, pueden agravar el otro: por ejemplo, en la UE se ha fomentado el diésel porque es menos perjudicial que la gasolina en términos de cambio climático. Esta solución “unidimensional” ha acabado por convertirse en el principal causante de los problemas de calidad del aire en nuestras ciudades. Y lo mismo podría decirse, en el futuro inmediato, del biodiésel. Otro ejemplo: en atención a desarrollar políticas de “calidad del aire”, algunos ayuntamientos se están decantando por aplicar soluciones basadas en el gas para movilidad urbana o calefacción. Estas soluciones podrían impedir, en el futuro inmediato, el cumplimiento de los objetivos europeos en materia de reducción de gases de efecto invernadero. Lo que se “gana” por un lado se “pierde” por otro.
Sectores clave de actuación: el foco para enfrentarse a los efectos del cambio climático se está poniendo en los grandes emisores, como las centrales eléctricas de carbón o gas, lo que está generando una transición en este sector hacia las energías renovables. Las políticas públicas de calidad del aire en las ciudades pueden ser una efectiva manera de abrir vías de solución al problema de las emisiones difusas provocadas por el transporte y el consumo de energía en los edificios.

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